Todos los años durante el mes de octubre celebramos lo incelebrable, aquella fecha que no se puede decir porqué todo el mundo preguntaQUÉ se celebra.
Celebramos un beso, celebramos un acto de amor, un hallazgo, una infidelidad, un fracaso… celebramos un acto, un recuerdo.
No hay regalos ese día, sino un momento de reflexión, un acto de placer, un viaje, un teatro, un concierto. Lo importante es que haya un acto o una visión.
Este año ha tocado viaje a la Rioja. Esta es una versión muy sui generisde mis impresiones.
Lunae dies octavo mes
Parando en Logroño para comer, siempre digo ¿qué se me ha perdido aquí? Pero llegar a la hora de comer y pasear por la calle Laurel y los alrededores se convierte en una maravilla que despierta mis jugos gástricos. Impresionantes sus “zapatillas”, “calzoncillos” y todo tipo de tapas con un vino tomado sobre las cubas situadas en medio de la calle y por poco dinero.
Directo a San Millán de la Cogolla, instalados en el Monasterio de Yuso, quisimos crecer en vertical y subimos al Monasterio de Suso por uno de los senderos, el de Aidillo (20 minutillos) que conecta a ambos monasterios. A esa hora en que el sol se va poniendo, la vista es muy relajante sobre el valle que forma el río Cárdenas y el monasterio de Yuso al fondo. Recogimos castañas. La bajada realizada por otro de los senderos, el de Labardera, te devuelve la paz, entre pinares. No hay miedo, nadie puede hacerte daño en un lugar así. Ya estás a salvo. Dormir entre paredes de piedra te concilia con tu alrededor.
Mens sana in corpore sano, Orandum est ut sit mens sana in corpore sano, reza para tener una mente sana en un cuerpo sano.
Martis dies octavo mes
Una cercana escapada a un lugar para siempre grabado en mi corazón, los alrededores del Santuario de Valvanera antes de empezar con la ruta de los vinos. Altitud 1000 metros. Cielo azul como el más puro cielo azul. Bajar por el camino de tierra de la parte trasera del edificio, unos metros más adelante, un cuartito de hora andando y al llegar a la curva bajando bajando hasta el mismo río. El origen de su nombre es Vallis Venaria: valle de las venas o Vallis Venie : valle del perdón. A cual más propio.
Me ineptum
Embelesados por el paisaje y por no volver atrás, la diferencia de altura se hace más importante, subir por el mismo camino se hace impensable. Mejor buscar un nuevo camino que nos vuelva al santuario que aparece como colgando desde el monte, engañándonos con su cercanía. Campo través, arriba en línea recta. Me ineptum. No existe la línea recta en un monte. Subida difícil, final interminable, ignorando el escarpado. Vértigo. No hay salida visible. Hay que volver sobre los mismos pasos. Zarzas, rasguños, heridas.
Errare humanum est, recordaba mi mente a Séneca.
A la vuelta, más creyentes, encontramos el santuario abierto y acceso a la virgen románica con su niño en brazos, solitarios. Como una válvula de escape, la moneda al pie de la virgen nos ofrecía su imagen para expiar nuestros pecados y nuestra incompetencia ante la naturaleza, besarla y agradecerla. Me ineptum. Mea culpa.
Proxima entrada: Ars longa, vita brevis Si vis pacem, parabellum
En estos días de intervalos muertos entre el trabajo y las clases, hora y media no da para mucho, poco tiempo para quedar con nadie a tomar una cerveza y demasiado para hacer un simple recado. Así pues, es tan fácil buscar un rincón para retomar otra vez esa lectura de un libro que al llegar a casa por la noche es imposible de leer.
El libro al que acompaño humildemente para que me ilumine se titula BAILANDO SOBRE LA TUMBA de Nigel Barley. Anteriormente disfrute de forma inusual con otro de los suyos, EL ANTROPÓLOGO INOCENTE. Simplemente, genial. Irónico y divertido.
Inteligente también esta lectura que va de las reacciones humanas ante la muerte, desde el punto de vista exótico, como el libro anterior, donde las tribus salvajes y no tan salvajes, muestran el lado humano, cómico, hipócrita, misterioso y mágico de todo lo que rodea al “estirar la pata”. Sobre la muerte: Relato de la tribu de los dobu de Melanesia. Sinebomatu, la mujer del viento del noreste, fue a bañarse con su nieta. La abuela se fue río abajo, hacia el mar. Mudó de piel y se deshizo de la vieja. Regresó al interior, al lugar donde estaba su nieta. Su nieta gimió y gritó:
- Mi abuela es una anciana. Tú no eres ella.
Ella respondió:
- No. Yo soy tu abuela.
- Mientes. Tú eres otra mujer. Mi abuela es una anciana.
- Estás lloriqueando. He traído mi piel. Si no hubieses gimoteado y hubiésemos vuelto a la aldea podrías haber cambiado tu piel arrugada al llegar a vieja.
La serpiente, el lagarto monitor, el cangrejo y la langosta se comieron cada uno una parte de su piel. Ellos mudan de piel y viven eternamente. Nosotros morimos. Relato de los nupe de Nigeria: Dios instauró la muerte porque los hombres empezaron a cargar con troncos, a guardar luto y a realizar funerales en su honor. Como muchos padres desde entonces, que le dan una bofetada a un crío que llora, Dios les dio la muerte para que tuvieran un motivo para llorar. Este es un texto con giros pero de un sarcasmo importante para reflejar las hipocresías de los testamentos, redactado por Edward Wortley, que murió en 1776 con 72 años, célebre por su ironía y que dejó el siguiente testamento: “… No lego a su señoría más propiedades mías porque ya se las ha ingeniado para hacerse con la mayor parte de ellas, Idem, a sir Francis – le lego una de mis palabras, porque él nunca ha tenido la buena fortuna de mantener una de las suyas. IdeM a lord M; no le lego nada porque sé que lo dará a los pobres. Idem a ___, el autor, por incluirme en uno de sus viajes, le lego cinco chelines por su ingenio, sin que me arredre el reproche de derrochar, pues amigos que han leido su libro piensan que cinco chelines es demasiado. Idem, a sir Robert W__ le lego mis opiniones políticas, sin dudar jamás que quien siempre ha encontrado tan excelente mercado para trocar las suyas podrá convertirlas en metálico. Idem, mi desechado hábito de jurar se lo lego a sir Leopold D__, considerando que ningún juramento ha sido capaza de hacer mella en él hasta la fecha.”
De Otra tribu, los betsileo, cuenta un relato sobre unas parejas que habían tenido unos niños: “…uno de aquellos niños murió. Hubo sollozos y lamentaciones y la gente protestó ante Dios. Dios envió a su hijo para que averiguase qué había sucedido. El muchacho bajó a la tierra y sintió mucha lástima por aquella pobre gente. Regresó al cielo y le pidió permiso a su padre para resucitar a la criatura muerta. Después volvió a la tierra. Sin embargo, aquellos viajes habían durado mucho tiempo, y a su llegada se encontró a la gente bailando y cantando, habiendo olvidado ya a sus muertos. Se indignó y regresó junto a su padre. “Ya no están tristes y se están divirtiendo”, les dijo. ¿Qué sentido tiene devolver la vida a los muertos?”. Desde entonces mueren los hombres (Dubois, 1938)