21 de octubre de 2007
Debo haber tenido mucha actividad cerebral, me he paseado toda la noche por un mundo imaginario, un sueño con principio, desenlace y final, no como siempre suele pasar que no hay por dónde cogerlo.
Estamos a la orilla de un rio, es un rio peligroso porque nos dicen que las piedras se mueven pero nosotros queremos ir al otro lado y nos disponemos a cruzar. Vemos que hay arena y agua pero que no parece muy hondo. Vamos andando sobre el agua, casi no nos hundimos, no es un rio hondo pero ciertamente el suelo se mueve. El motivo resulta ser porqué las piedras son miles y miles de garbanzos repartidos por el lecho del rio haciendo montañitas, subiendo y bajando, y dejando pasar el agua por entre los huecos que la fuerza de la corriente va modelando. Cruzamos sin ningún problema, ni siquiera me mojo los zapatos, sólo siento un poco de inestabilidad.
Al cruzar entramos en un edificio de estilo renacentista con lujosas escaleras y muchos adornos, puertas recargadas, ventanas que dan a los pasillos de la escalera, en el que se puede entrar y salir de las viviendas sin control, las viviendas casi no tienen muebles, más bien parece un decorado de parque de atracciones porque la gente transita por él libremente. Subimos hasta el cuarto o quinto piso, miramos por el hueco de la escalera, la gente sube y baja, parece que buscan algo. Hay una niña que ha colgado una cuerda en la parte superior de una de las ventanas de la escalera y se balancea subida en ella, de un lado a otro, superbalanceándose hasta el otro lado del patio para entrar por otra ventana que está en el lado contrario. Me da miedo, puede caerse, le digo a mi pareja que le llame la atención se la llama pero me parece que la niña no interrumpe su diversión. No conozco a la niña, pero es feliz mientras se balancea en el borde la ventana.
Desde el mismo edificio observo desde la galería por un patio de vecinos. Al fondo y al otro lado del patio de manzana, hay un edificio sin ventanas, solo la estructura, como si hubiera desaparecido un lateral, tampoco hay muebles en las habitaciones, lo que si hay son personas sentadas en el suelo, en los rincones, unas cinco o seis, estiradas….parecen personas porque respiran, me cuesta distinguirlo. Pero no se mueven, observo que el movimiento es rítmico y que sus cuerpos carecen de otros movimientos que no sea el de la respiración. No mueven brazos ni piernas ni cabeza, bumm-bumm-bumm, solo el pecho, de forma rítmica. Me doy cuenta que son maniquís de reanimación, muñecos estropeados para hacer prácticas de primeros auxilios. Están muy viejos, alguien los ha dejado allí arrinconados, olvidados y en funcionamiento. Me da pena, se están agotando sus baterías, me entristece mucho pero me alegro de haber salido de mi confusión.
Luego aparecen varios miembros de mi familia en el edificio donde estoy. Uno de ellos viene con un billete de 20 euros que me quiere dar para agradecerme no sé qué cosa. Me niego y se lo vuelve a guardar. Me doy cuenta que también ha repartido regalos para otros miembros de la familia, es una persona que no me cae bien, fanfarrona y chismosa. Lleva en las manos unos zapatos de Tommy H. como los que me compré este verano y que no me pongo, los suyos están defectuosos y me pide algo para arreglarlos porque se los quiere regalar a su vez a otra persona. También mira en mi armario toda la ropita que tengo y me coge el perfume y se pulveriza en el cuello, como siete u ocho veces, le pongo mala cara, le hago creer que me molesta, pero mi perfume preferido está escondido y no se fija en él aunque lo tiene delante. Veo que me utiliza pero no me importa demasiado, la dejo hurgar en el armario porque lo que verdaderamente tiene valor no lo sabe distinguir. Mientras, sigo pendiente de los muñecos de reanimación que siguen respirando de forma agonizante.
Después iremos en un tren, muchos miembros vinculados a una persona que ya no está en mi vida. Nos dirigimos alguna celebración familiar pero hay algún lio con los cambios de agujas de las vías y nos pasamos de estación. Un lio, sí, pero finalmente con coches, y unos y otros, la gente acaba reuniéndose en el lugar indicado.
Recuerdo que voy andando desde el final del vagón y llego hasta la cabeza del mismo, donde a través del cristal puedo ver al conductor.
Por un momento deseo estar más en la punta, cierro los ojos y siento la velocidad.